11 de agosto de 2008

¿SOCIEDAD INTEGRADA O APARTHEID?

Por Aldo Isuani*

Imaginemos cual sería la reacción de la mayoría de los Argentinos ante una familia que gana $1000 mensuales, pero no está dispuesta a dedicar $30 a resolver la desnutrición severa de uno de sus integrantes. Seguramente, generaría un masivo repudio y a partir de allí una situación bastante incómoda para los responsables de dicha decisión. Pero esto cambia sustancialmente si en vez de una familia, el ejemplo es la sociedad argentina y los pobres o indigentes que a ella pertenecen.

Veamos en primer lugar, alguna información. En nuestro país existían, de acuerdo al censo de 2001, poco más de 10 millones de hogares de los cuales un 30% eran pobres (segundo semestre de 2004). Como el ingreso de una familia tipo para dejar de ser pobre debe ser superior a $750 mensuales (unos tres mil dólares al año), si multiplicamos esta cifra por 3 millones que son los hogares pobres, llegamos a la conclusión de que 9.000 millones de dólares anuales o 6% del PBI eliminaría la pobreza en el país. Esto asume, sin embargo, que los tres millones de familias pobres no tienen ingreso alguno, lo cual no es correcto. Si por el contrario y para simplificar, asumimos que en promedio los pobres ganan la mitad de lo que necesitan, es necesario proveerles de la otra mitad; es decir 3% del PBI.

En síntesis, la “familia argentina” debería gastar 3% de lo que “gana” para sacar a los pobres de su condición. La primera pregunta que surge luego de este ejercicio simplificado aunque creo ilustrativo, es por qué no se ha acabado ya con la pobreza y por qué esta situación no genera un rechazo amplio y enérgico en nuestra sociedad, empujando a que nos aboquemos con decisión a esa tarea.

La respuesta de que no se ha erradicado la pobreza por falta de recursos no tiene, como acabamos de ver, sustento alguno. Es como si el responsable de la familia de nuestro ejemplo, dijera que tiene objetivos mas importantes que resolver la desnutrición de un miembro de la misma y que no puede distraer ese ínfimo porcentaje de sus ingresos para este fin. Más injustificable se torna el argumento cuando el país gasta en servicios sociales más del 18% del PBI. Y hay sociedades avanzadas que gastan hasta el 30% del producto en sus esquemas de protección social. Debemos reconocer que, simplemente, la prioridad del gasto social no son los Argentinos que están en peor situación.

Una segunda respuesta es que la voluntad de acabar con la pobreza existe y es generalizada, pero en verdad, ni el gobierno, ni la sociedad saben bien como hacerlo. Este tampoco parece ser un argumento aceptable. Existe suficiente experiencia internacional sobre la creación de esquemas eficaces de protección social que incluye universalidad de las asignaciones familiares o pensiones básicas, el impuesto negativo a la renta, los programas de recalificación rentados para desocupados, etc. Mientras tanto, se insiste en programas de naturaleza clientelar que sirven para mantener poblaciones políticamente cautivas y para perpetuar, más que resolver la pobreza.

Una tercera visión es que la pobreza se resuelve solo con crecimiento económico. Esta visión, esperanzada en la “teoría del derrame”, sigue teniendo algunos adeptos a pesar de no haber dado fruto alguno en las últimas dos décadas. En verdad, el crecimiento económico se ha asociado a crear más desigualdad antes que a sacar a los pobres de su condición.

Una cuarta respuesta es que simplemente la sociedad argentina no es una familia y la analogía por tanto no es válida. Creo que esto nos aproxima un poco más a la verdadera razón de la existencia de pobreza en la magnitud que existe en nuestro país. Esto es, amplios sectores dirigentes y acomodados de nuestra sociedad, no creen que el gran número de Argentinos pobres sea un problema prioritario a resolver, aunque esporádicamente se rasguen las vestiduras por su existencia, ya que es bien visto tener “sensibilidad social”. En verdad, “pobres siempre existieron”, parece ser el lema que en ellos predomina. En otras palabras, son parte del paisaje. Pero como es un paisaje que les disgusta, la solución que han encontrado es crecientemente aislarse de esa marea de pobres que juzgan estéticamente desagradable y socialmente peligrosa. En un primer momento, rodeando sus residencias de vallas que los aíslen de “entornos no deseados”, y luego estableciendo instancias comerciales y educativas para que sus familiares no tengan que salir y exponerse a ese mundo “hostil” que juzgan caldo de cultivo del fenómeno de la “inseguridad”. En algún sentido, estos sectores están construyendo un mundo propio, un mundo de apartheid o ghettos pero en este caso para albergar a quienes más tienen.

Por supuesto que otros sectores de nuestra sociedad no concuerdan con esta visión, creen que la inexistencia de Argentinos pobres debería ser una prioridad y desean poder nuevamente disfrutar las calles y noches de nuestras ciudades. A juzgar por los resultados, los primeros tienen más fuerza, recursos y capacidad de decidir y convencer. Una Argentina a imagen de su visión se sigue modelando.
*ALDO ISUANI: Licenciado en Ciencias Políticas y Sociales, Aldo Isuani es Sociólogo y Profesor UBA/CONICET en "Sociología Política", en la Facultad de Ciencias Sociales y de "Análisis de Políticas Públicas" -Maestría en Administración Públic, en la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA - Instituto Nacional de Administración Pública.

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