12 de junio de 2008

Seguridad y soberanía alimentaria

Por Janaina Stonzake *

En un momento en que la prensa se hace eco de una gran preocupación por las cuestiones ambientales como el calentamiento global y los cambios climáticos, cuando algunas voces hablan incluso del riesgo de extinción de la humanidad, el debate acerca de la producción y garantía de alimentación debería seguir el mismo ritmo y tener idéntica atención y espacio.

La soberanía alimentaria no es simplemente una preocupación relacionada con prevenir y acabar con el hambre. Contiene en sí dimensiones de lucha social, de disputas políticas en torno a la producción alimentaria, fuente lucrativa para muchos grupos económicos financieron mundiales.

La FAO, orgnaización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, trabaja con el concepto de seguridad alimentaria, o sea, el “acceso de todas las personas, durante todo el tiempo, a alimentos suficientes, seguros y nutritivos que puedan satisfacer las necesidades nutricionales y alimenticias para una vida sana y saludable”[1].

Los movimientos sociales, a través de la proposición de la Vía Campesina, articulación mundial que reúne movimientos campesinos en cuatro continentes, utilizan el concepto de soberanía alimentaria, “el derecho de los pueblos de definir sus propias políticas y estratregias sustentables de producción, distribución y consumo de alimentos, que garantizan el derecho a la alimentación para toda su población, con base en la pequeña y mediana producción”, conforme a la definición del Foro Mundial sobre Soberanía Alimentaria, realizado en la Habana, Cuba, en septiembre de 2000. Soberanía alimentaria implica una producción culturalmente adecuada, que respete los modos de vida locales y la organización productiva de campesinas y campesinos.

Hay diferencia entre los dos conceptos. La definición de seguridad alimentaria tiene como base el valor nutricional mínimo para que una persona se mantenga activa y saludable; de este modo, tales necesidades podrían ser cubiertas por cualquier productor, preferencialmente por empresas. Por ejemplo, Monsanto, transnacional del sector de semillas y biotecnología, podría producir algún tipo de pastillas alimenticias, y su distribución garantizaría la seguridad alimentaria de las poblaciones.

El abordaje de los movimientos campesinos es otro. No es posible que un pueblo quede rehén de empresas cuyo único interés es obtener lucro. Defendemos que la población campesina de cada país debe tener la responsabilidad, que históricamente fue de su competencia, de alimentar a su pueblo, dentro de su cultura, con sus saberes. Para ello es fundamental el dominio de las semillas, la tierra y las riquezas naturales.

Producir a cualquier precio para mantener y aumentar el lucro, o producir respetando y manteniendo la biodiversidad y las poblaciones locales, para garantizar alimentos saludables y suficientes para todos. Estos son los dos proyectos en disputa.

La mujer tiene un papel fundamental, sea en la reconquista de la soberanía alimentaria, sea en la sumisión a las corporaciones transnacionales. En un Encuentro en Roma, en el que se debatió sobre la seguridad alimentaria, y donde estuvieron representantes gubernamentales de todo el mundo, se firmó entre otros el compromiso de promover la participación plena e igualitaria de la mujer en la economía, y, con este fin, introducir y hacer respetar una legislación sensible al problema de la igualdad entre los sexos, que proporcione a las mujeres un acceso seguo e igual al mismo tiempo que un control sobre los recursos productivos, incluyendo el crédito, la tierra y el agua.[2]

De aquel encuentro en 1996, a esta parte, el poder de las transnacionales creció, la centralización de ese poder y la concentración de las riquezas producidas también. Hoy, las diez mayores empresas de biotecnología (dedicadas a subproductos para la industria farmacéutica y la agrícola) entre ellas Monsanto, controlan el 73% del mercado; las 10 mayores industrias de semillas saltaron del control de un tercio del comercio global a controlar la mitad de ese sector. Monsanto pasó a ser la mayor empresa global de venta de semillas (no sólo transgénicas, de las cuales controla el 90% del mercado, sino también de las semillas vendidas en el mundo), seguida por Dupont y Syngenta, entre otras. En el área de los agrotóxicos, las 10 mayores, entre ellas Bayer, Syngenta, BASF, Monsanto y Dupont, detentan el 84% del total de ganancias obtenidas.
“Con tal nivel de concentración, los analistas prevén que sobrevivirán apenas tres: Bayer, Syngenta y BASF”, afirma Silvia Ribeiro, investigadora del Grupo ETC[3]. En este escenario, casi no hay espacio para los campesinos, y ningún espacio para las campesinas.

En contraposición, en el Foro por la Soberanía Alimentaria de Mali, 2007, los participantes declararon que “somos productores y productoras de alimentos y estamos dispuestos, somos capaces y tenemos la voluntad de alimentar a todos los pueblos del mundo. Nuestra herencia como productores de alimentos es fundamental para el futuro de la humanidad.” Allí se llamó la atención, particularmente, hacia las mujeres, dueñas de conocimientos ancestrales sobre alimentos y agricultura, y que no son valoradas.

La valoración de las mujeres, al menos en lo que atañe al debate de la soberanía alimentaria, fue también discutida en las Jornadas “Estrategias para el Desarrollo Positivo”, realizadas en Bilbao, País Vasco, al inicio de 2008. El tema central de las Jornadas fue “Soberanía Alimentaria desde y para el empoderamiento de las mujeres”; lo que significa que ellas pueden ser empoderadas dentro de la estrategia de la soberanía alimentaria, pero deben ser también protagonistas en esa estrategia.

Está claro que el capitalismo y el neoliberalismo no se hacen cargo de alimentar a los pueblos: esta no es su preocupación. La soberanía alimentaria representa la esperaza de que las poblaciones conserven, rescaten y desarrollen sus capacidades de producir alimentos para el mundo. La soberanía alimentaria, entendida como el derecho de todos y todas a “alimentos nutritivos y culturalmente adecuados, accesibles, producidos de forma sostenible y ecológica”[4] protege el derecho de los pueblos a decidir su propio sistema alimentario y productivo.

Las bonitas palabras escritas en la Declaración de Roma no tuvieron efectividad hasta hoy dentro de las políticas gubernamentales; muy por el contrario. Nosotros sabemos que sin acción, no hay transformación. Por eso, cada año, más mujeres se juntan, principalmente el 8 de marzo, en lucha contra las transnacionales monopólicas, más allá de la seguridad alimentaria, en defensa de la soberanía alimentaria.


[1] http://www.fao.org.br/
[2] Declaração de Roma Sobre a Segurança Alimentar Mundial e Plano de Ação da Cimeira Mundial da Alimentação, FAO, Itália, 1996.
[3] Os donos do planeta: corporações 2005, Silvia Ribeiro Fonte La Jornada, 2006
[4] Declaração de Nyéléni, Foro para la Soberanía Alimentaría. Sélingué, Mali, 2007

*JANAINA STONZAKE:
Janaina pertenece a la dirección del Movimiento Sin Tierra de Rio Grande do Sul, y es estudiante de Historia de la Universidad Federal da Paraíba (UFPB). Con sus padres y ocho hermanos, ingresó a un campamento del MST en 1985, asentándose en Paraná en 1993.El MST fue fundado a nivel nacional en 1984, en la ciudad de Cascavel, Estado de Paraná. Hoy está organizado en 24 estados del Brasil, y nuclea alrededor de 200 mil familias acampadas y 320 mil ya asentadas, bajo tres objetivos generales: tierra, reforma agraria y transformación social.
Sitio del MST en español:
http://www.movimientos.org/cloc/mst-br/